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Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia
como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra iden- tidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo.
Por él y con la unción del Espíritu Santo, (los fieles) quedan consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10). Nuestra primera y funda- mental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han
bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble
que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no
es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que
todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea
varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal
como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción.
A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexio- nar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar - y a las que les pido una especial atención - el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gen- te. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como "mandaderos", coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio
a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El cleri- calismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va
apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar
en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad
y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr LG 9-14). Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.
Hay un fenómeno muy interesante que se ha producido en nuestra
América Latina y me animo a decir: creo que uno de los pocos espacios donde el Pueblo de Dios fue soberano de la influencia del clericalismo: me
refiero a la pastoral popular. Ha sido de los pocos espacios donde el pueblo