ACTA APOSTOLICAE SEDIS

 720 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 721

 722 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 723

 724 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

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 726 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 727

 728 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 729

 730 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 731

 732 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 733

 734 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

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 Congregatio de Causis Sanctorum 813

 814 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio de Causis Sanctorum 815

 816 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio de Causis Sanctorum 817

 818 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio de Causis Sanctorum 819

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 Congregatio de Causis Sanctorum 839

 840 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio pro Episcopis 841

 842 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio pro Episcopis 843

 844 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Diarium Romanae Curiae 845

 846 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

Acta Francisci Pp. 791

de la mamá y de la abuela. ¡Y lo hizo con cariño! Hasta tal punto -decía

ella-, que hasta se cambiaron los roles y ella terminó siendo la mamá de

su mamá, en el modo como la cuidaba. Su mamá, con esa enfermedad tan

cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida, hasta ahora, hasta los

25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola.

Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar: habló de un ángel, de una

tía que fue como un ángel; y habló del encuentro con los amigos los fines

de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil

que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles -esa tía que la custodiaba y ese

grupo juvenil- le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama

solidaridad. ¿Cómo se llama? [ Responden los jóvenes: « Solidaridad »]. Cuando

nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso

para su corazón cansado. Pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo:

« Hago esto y nada más ». ¡Estudió! Y es enfermera. Y haciendo todo eso,

la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que

recibió de esa tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y

hoy, a los 25 años, tiene la gracia que Orlando nos hacía pedir: tiene un

corazón libre. Liz cumple el cuarto mandamiento: « Honrarás a tu padre y

a tu madre ». Liz muestra su vida, ¡la quema!, en el servicio a su madre.

Es un grado altísimo de solidaridad, es un grado altísimo de amor. Un

testimonio. « Padre, ¿entonces se puede amar? ». Ahí tienen a alguien que

nos enseña a amar.

Primero: libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos: [ Los jóvenes

repiten cada frase] « Primero: corazón libre ». « Segundo: solidaridad para

acompañar ». Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este testimonio. Y a

Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un « nene bien ». No es un

« nene », no fue un « nene », no es un chico, un muchacho hoy, a quien la vida

le fue fácil. Dijo palabras duras: « Fui explotado, fui maltratado, a riesgo

de caer en las adicciones, estuve solo ». Explotación, maltrato y soledad. Y

en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar.

En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante. Y Manuel usó una

frase linda: « Pude salir adelante porque en la situación en que yo estaba

era difícil hablar de futuro ». ¿Cuántos jóvenes, ustedes, hoy tienen la po-

sibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los días,

tienen la posibilidad de que no les falte lo esencial? ¿Cuántos de ustedes