ACTA APOSTOLICAE SEDIS

 200 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 201

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 Congregatio de Causis Sanctorum 303

 304 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

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 306 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Congregationum 307

 308 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Diarium Romanae Curiae 309

 310 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

270 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

hogar y a familia. ¿Le echamos ganas? [Responden: « Sí »]. Gracias.

Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que, desde los

tiempos lejanos, el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido,

esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven

pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de Israel

sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre Dios le echó

ganas con el maná. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Padre

Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su Hijo.

De la misma manera, todos los que estamos acá hemos hecho expe-

riencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el Padre

Dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿Por qué?

Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro Padre Dios no sabe hacer otra

cosa que querernos y echarnos ganas, y empujarnos, y llevarnos adelante,

no sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor, su nombre es do-

nación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha

manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó

hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. Un Reino

que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento

una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones,

nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un

reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida. En Jesús y con

Jesús ese reino es posible. Él es capaz de transformar nuestras miradas,

nuestras actitudes, nuestros sentimientos, muchas veces aguados, en vino

de fiesta. Él es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra

vez, setenta veces siete, a volver a empezar. Él es capaz de hacer siempre

todas las cosas nuevas.

Manuel, vos me pediste que rezara por muchos adolescentes que están

desanimados y andan por malos pasos. Lo sabemos, ¿no? Muchos adolescen-

tes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste, Manuel, muchas

veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no tienen con quien

hablar. Piensen los padres, piensen las madres: ¿hablan con sus hijos y

sus hijas o están siempre ocupados, apurados?; ¿juegan con sus hijos y sus

hijas? Y eso me recordó el testimonio que nos regaló Beatriz. Beatriz, vos

dijiste: « La lucha siempre ha sido difícil por la precariedad y la soledad ».

¿Cuántas veces te sentiste señalada, juzgada: « esa ». Pensemos en toda la

gente, todas las mujeres que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad,