Christus fit pro nobis Veritatis cibus. Cum hominis naturam plane perspiceret
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communionis inter nos fons. Atque ubi inter nos non vivitur communio,
personam veram quae in historiam inserta vitam valet omnium renovare.
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Pero la divinidad de Jesús, está claramente atestiguada en los pasajes del
Nuevo Testamento a que nos hemos referido. Las numerosas declaraciones
conciliares en este sentido 4 se encuentran en continuidad con cuanto en el
Nuevo Testamento se afirma de manera explı́cita y no solamente « en ger-
men ». La confesión de la divinidad de Jesucristo es un punto absolutamente
esencial de la fe de la Iglesia desde sus orı́genes y se halla atestiguada desde el
Nuevo Testamento.
III. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
5. Escribe el P. Sobrino: « Desde una perspectiva dogmática debe afirmar-
se, y con toda radicalidad, que el Hijo (la segunda persona de la Trinidad)
asume toda la realidad de Jesús, y aunque la fórmula dogmática nunca
explica el hecho de ese ser afectado por lo humano, la tesis es radical. El Hijo
experimenta la humanidad, la vida, el destino y la muerte de Jesús » (Jesu-
cristo, 308).
En este pasaje el Autor establece una distinción entre el Hijo y Jesús que
sugiere al lector la presencia de dos sujetos en Cristo: el Hijo asume la rea-
lidad de Jesús; el Hijo experimenta la humanidad, la vida, el destino y la
muerte de Jesús. No resulta claro que el Hijo es Jesús y que Jesús es el Hijo.
En el tenor literal de estas frases, el P. Sobrino refleja la llamada teologı́a del
homo assumptus, que resulta incompatible con la fe católica, que afirma la
unidad de la persona de Jesucristo en las dos naturalezas, divina y humana,
según las formulaciones de los Concilios de Éfeso 5 y sobre todo de Calcedonia,
que afirma: « ...enseñamos que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y
Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humani-
dad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre de alma racional y
cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con
nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros excepto en el
pecado (cf. Heb 4, 15), engendrado del Padre antes de los siglos según la
divinidad, y en los últimos dı́as, por nosotros y por nuestra salvación, engen-
drado de Marı́a Virgen, la madre de Dios, según la humanidad; que se ha de
reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo unigénito en dos naturalezas,
sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación ».6 De igual modo se
4 Cf. los Concilios de Nicea, DH 125; Constantinopla, DH 150; Éfeso, DH 250-263; Calce-
donia, DH 301-302. 5 Cf. DH 252-263. 6 Cf. DH 301.